27 de junio de 2005

Diario de exploración de París (III)

Sabádo 18 de junio: Tras una noche reparadora, y un desayuno muy generoso, nos fuimos al parque Bois de Vincennes. Necesitábamos un lugar relajado para descansar un rato del sol, antes de lanzarnos por la tarde hacia la torre Eiffel.
En este parque nos convertimos en parisinos disfrutando del descanso del sábado, paseando, jugando, conversando, comiendo, tomando el sol, etc. Era una gozada ver a las familias jugar, a las chicas tomando el sol en el lado norte del estanque (para recibir más sol ... ¡a las 2 de la tarde!), ... 
Comimos fruta, bocatas, musli y zanahorias, y charlamos de la vida y de los sueños. Y cerca de nosotros, grupos de parisinos hacían lo mismo, como supongo que harían también ese día millones de seres humanos por todo el mundo.
Por tarde, nos fuimos a la zona del Hotel Les Invalides, y luego por los Campos de Marte hacia la Torre Eiffel.
La Torre Eiffel es una estructura increible. Toneladas de acero pintado, y con una altura sobre París de vértigo. Sobre la torre nos parece como si el hombre hubiera aprendido todos los secretos del dominio de la materia ...
Subimos los dos primeros tramos por las escaleras, las vistas se me van haciendo cada vez más asombrosas. El sol esta apunto de ponerse, y nos vemos obligados a esperar para poder coronar la cumbre de la torre, ya que arriba debe haber mucha gente. Tras una hora de espera, y colarme para no tener que esperar otra segunda hora, conseguimos el ticket y subimos.
La vista es increíble, con las millones de luces nocturnas de una de las ciudades más bellas del planeta. Vemos fuegos de artificio por todos los puntos cardinales de los alrededores de París. Más de 10 millones de almas humanas por debajo de nuestra atalaya. El aire fresco golpea sobre nosotros, sobre la pequeña superficie en el cielo de París. La multitud que nos acompaña, no nos molesta en nuestro ensueño. La brillantez del momento esta más allá del tiempo, y lo saboreamos como un eterno presente.
Cerca ya de la media noche bajamos, muy, muy rápido, y en breves instantes corremos felices como niños hacia el metro subterráneo. Del cielo al infierno en cuestión de minutos.

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